portada

portada

sábado, 25 de marzo de 2017

La mirada cínica, de Ambrose Bierce


     Como nació en 1842, Ambrose Bierce todavía llegó a tiempo para participar en la Guerra Civil estadounidense. De su experiencia en la contienda fratricida surgió uno de sus libros más conocidos: Cuentos de soldados y civiles (1891), que contiene algunos de los mejores relatos de la literatura universal, como «Chickamauga» o su famoso «Un incidente en el puente del río Owl» que, tal vez, Cortázar releyera varias decenas de veces antes de escribir «La isla al mediodía».
   
   Aunque nació en Ohio, la familia Bierce tuvo que trasladarse a Indiana siempre dentro de un ambiente agrícola, pobre y, como él mismo afirma, “propenso a la malaria”. Ambrose fue el décimo hijo de un total de trece, todos ellos bautizados con nombres que empezaban por la letra A. Marcus Aurelius, el padre campesino y calvinista, podía llegar a ser tan excéntrico como pobre.

Resultado de imagen de la mirada cinica ambrose bierce
    Tras la Guerra de Secesión, nuestro escritor se estableció finalmente en San Francisco donde comenzaría a trabajar en periódicos de la zona hasta recalar en el Examiner, contratado por el todopoderoso William Randolph Hearst, aquel que se “inventó” la guerra de Cuba y que nació para servir de inspiración a Orson Welles.

    La publicación del breve volumen La mirada cínica, con introducción y notable traducción del filósofo valenciano Miguel Catalán, puede ser una oportunidad excelente para acercarse —aquellos que todavía la desconocen— a la brillante producción literaria de Ambrose Bierce. Como afirma el traductor y editor de la obra, en el volumen “se congregan algunas de las piezas cínicas de Bierce menos conocidas o, simplemente, desconocidas en castellano”.

    Dividida en cinco apartados,  “Epigramas de un cínico” —el primero de ellos— aglutina casi una treintena de páginas salpicadas de aforismos hirientes como clavos al rojo vivo: “ ’Inmoral’ es el  juicio que emite el buey estabulado cuando ve al cordero retozando al aire libre”; “Mi persistencia es firmeza; la tuya, obstinación”; “El ignorante no conoce la profundidad de su ignorancia, pero los sabios sí conocen la superficialidad de su conocimiento”. Son algunas de las perlas que componen la primera sección del libro. Los restantes cuatro apartados son breves ensayos o digresiones donde el ingenio y el cinismo de Bierce continúan punzando en nuestro intelecto.

    La brevedad del libro puede llevar a error al lector confiado: el cinismo, como su hermana la ironía, requieren del oyente o lector un alto grado de complicidad con el escritor. El contrato “ficcional” entre emisor y receptor ha de establecerse en un mismo nivel de conocimiento y de referencia, pues, de lo contrario, gran parte de la capacidad de zaherir, de remover la conciencia y el intelecto, se pierde.

     Los enemigos, incluso los amigos (que algunos tuvo), lo apodaron “El amargo Bierce”. Como muy bien lo describe Catalán en su introducción: «como todo cínico auténtico, es un idealista contrariado. No es que odie a la humanidad, sino que ama una idea tan alta de ella que, al mínimo contacto con la experiencia, cae del pedestal para quebrarse en mil pedazos».

Resultado de imagen de la mirada cinica ambrose bierce    En 1913, un septuagenario Bierce marchó a México para unirse al ejército de Pancho Villa. Lo último que se supo de él fue una carta fechada a finales de diciembre de ese mismo año: «Adiós. Si oyes que he sido colocado contra un muro de piedra mexicano y me han fusilado hasta convertirme en harapos, por favor, entiende que yo pienso que esa es una manera muy buena de salir de esta vida. Es mejor que la ancianidad o la enfermedad o la caída por las escaleras de la bodega. Ser un gringo en México, ¡ah, eso sí es eutanasia!». Y nada más… o nada menos.


    En 1985 Carlos Fuentes fabuló los últimos días de Bierce en su novela Gringo viejo. Unos años más tarde el cine le daba el aspecto de un anciano Gregory Peck… y la profecía de la carta se cumplía.





Ambrose Bierce

La mirada cínica, Editorial Sequitur, 2010. 64 páginas.