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sábado, 18 de abril de 2015

¿QUÉ ES EUROPA? Brevísima reflexión


      El continente europeo es una superficie de tierra que sobrepasa los diez millones de kilómetros cuadrados. Está delimitado por el Océano Atlántico, al Oeste; el Mar Mediterráneo, el Mar Negro y las montañas del Cáucaso, al Sur; el Mar de Noruega y el mar de Barents, al Norte; y el Mar Caspio y los Montes Urales, al Este.
     Abarca, si nuestros números no andan errados, cuarenta y dos estados: Islandia, Irlanda, Reino Unido, Portugal, España, Andorra, Francia, Bélgica, San Marino, Mónaco, Liechtenstein, Luxemburgo, Italia, Serbia, Montenegro, Bosnia-Herzegovina, Croacia, Macedonia, Grecia, Albania, Bulgaria, Rumanía, Hungría, Eslovenia, Malta, Suiza, incluso una parte de Turquía (donde está Estambul), Austria, Chequia, Eslovenia, Holanda, Polonia, Dinamarca, Noruega, Suecia, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Ucrania y (una parte de) Rusia. En total suman una población que ronda los 800 millones de habitantes.
    Además, muchos de estos países —no diré todos, pues los desconozco con detalle— están formados por diversas “culturas” o “nacionalidades”. Así, por ejemplo, hallamos el caso del Reino Unido, formado por Escocia, Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte. O el de España, que contiene Galicia, el País Vasco, Cataluña, Castilla, Andalucía, etc…
     Imagino que a estas alturas, el lector se estará preguntado a qué viene todo este repaso de nuestros tiempos escolares. Todo esto viene porque continuamente —y no solo hoy en día, sino ya desde tiempos remotos— en los medios de comunicación (periódicos, radios, televisiones) e incluso en los tratados de historia o los ensayos sobre cultura (pintura, arquitectura, literatura) se ha venido aludiendo insistentemente a la CULTURA EUROPEA, como una idea homogénea y compacta, una especie de estancia superior e increíblemente prestigiosa donde la CULTURA ESPAÑOLA siempre tenía necesidad de entrar pues —pobres de nosotros— nunca estábamos culturalmente a la misma altura que los europeos (¿tal vez porque éramos de la Polinesia?). Y así (era y) es muy fácil encontrar expresiones del tipo: «La poesía española no está a la misma altura que la europea»; «la política española se mueve a un nivel distinto (siempre es más bajo) que el resto de la política europea», etc.
   Y digo yo, tras ese repaso geográfico y político en torno a qué y quiénes conforman Europa, ¿alguien puede decirme QUÉ demonios ES LA CULTURA EUROPEA? ¿La vida de los lapones del norte de Finlandia, la de los sicilianos al sur de Italia, la de los macedonios, la de un señor que vive a las afueras de Cádiz?
    ¿Usted saben la respuesta? Siento decir que yo no la sé. A no ser que nos conformemos con esta: la cultura europea es toda manifestación cultural que se produce en Europa… porque más allá de esto, no sé muy bien qué responder. Sin duda los que insisten en que España está (y ha estado desde no sé cuántos siglos) culturalmente “atrasada” con relación a Europa deben saberlo. Yo no lo sé.

     ¿Acaso Europa es un organismo o ente compacto, de una pieza, pétreamente idéntica e igual a lo largo de los siglos? ¿Acaso Europa es un bloque sin fisura alguna, al que no han influido para nada las continuas invasiones (árabes, otomanos, orientales y seguro que muchas más) tanto físicas como “ideológicas” (norteamericana, por supuesto), y que durante siglos y siglos se ha desarrollado aisladamente del resto del planeta? ¿Acaso hay naciones “más” europeas que otras y, por tanto, naciones “menos” europeas que el resto? ¿Existe, pues, una nación enteramente europea, pura, íntegra, no contaminada por el resto de naciones que son más o menos europeas? ¿No tienen la sensación de que todas estas preguntas son una auténtica gilipollez? Pues yo sí… pero es que la idea de una Europa oficial, íntegra, arquetípica, homogénea… también es una estupidez.

sábado, 11 de abril de 2015

VARIACIONES EN ROJO: tres problemas para degustar


    "En  esta época nuestra, tan caótica, hay algo que, humildemente, ha mantenido las virtudes clásicas: el cuento policial.Yo diría, para defender la novela policial, que no necesita defensa, leída con cierto desdén ahora, está salvando el orden en una época de desorden”. De esta guisa se manifestaba, en 1978, Jorge Luis Borges. Y no era para menos pues, por aquel entonces, la literatura, a fuerza de una pretendida (y pretenciosa) modernidad, había claudicado ante la verborrea experimental, creando unas obras maravillosamente complicadas de las que el lector, de siempre escaso y perezoso, tendía a huir. Un año antes de la conferencia de Borges, el 25 de marzo de 1977, Rodolfo Walsh pasaba a integrar la lista de desaparecidos bajo la dictadura militar que imperaba en Argentina. Tenía únicamente 50 años; un futuro prometedor y un brillante pasado se veían, de este modo injusto, truncados.
    Espasa Calpe recupera, en una edición pulcra y lograda, una de las obras más interesantes del malogrado escritor argentino: Variaciones en rojo, volumen escrito en 1953, que recoge tres relatos de factura policiaca que harán las delicias de todos los aficionados al género. Walsh, aunque no tiene todavía treinta años, sabe lo que escribe y por donde se mueve. Desde luego, hay momentos en los que se advierte la juventud del autor, deseoso de agradar e impresionar; pero son los menos. Pues aunque parece cosa harto sencilla, la buena literatura policiaca es muy difícil de conseguir debido a que su estructura y argumentos han adquirido, con el paso de los años, un toque de monotonía ¾por lo repetido y manido¾ que, para no caer en la ridiculez o la inverosimilitud, exige del escritor un esfuerzo de superación casi constante: por una parte, debe luchar contra la inteligencia del lector ¾exigente y poco conformista¾, evitando caer en lo evidente, por un lado, y en lo fantástico e imposible, por otro; y por otra parte, debe enfrentarse y arrastrar el peso de una tradición que va nutriéndose y perfeccionándose, según los historiadores,  desde 1840.
     En las tres narraciones que forman el libro se advierten los gustos de Walsh y su buena mano para plantear y resolver problemas. No en vano trabajó desde los años 50 como corrector de pruebas y traductor para la editorial bonaerense Hachette, una de las grandes difusoras de novela policiaca en el continente americano. Los tres relatos están protagonizados por el detective amateur Daniel Hernández (un homenaje, claro, a Dashiell Hammett: D.H.), que trabaja como corrector de pruebas en una editorial¾un alter ego del propio Rodolfo Walsh¾. Los títulos de estos tres cuentos que integran el volumen son: La aventura de las pruebas de imprenta, Variaciones en rojo y Asesinato a distancia. Los tres títulos aparecen como tres muestras magistrales de esa tendencia del género policiaco que se denominó novela-problema. El lector avezado puede deducir de su lectura rasgos y homenajes a Dickson Carr, S.S. Van Dine, Ellery Queen, Gaston Leroux... sin olvidar a Chesterton o al propio Borges.
      No hay persecuciones, ni ráfagas mortíferas, ni mujeres fatales que confundan al detective. Los hechos son presentados con una meticulosidad científica, y así el problema se convierte en un puro juego lógico donde el autor no duda en retar al lector a descubrir el misterio. En los tres relatos, el feo y miope Daniel Hernández debe enfrentarse a suicidios que no lo son, coartadas firmes que se desmoronan como castillos de naipes, nuevas versiones de temas clásicos ¾frente al problema de la habitación cerrada por dentro se nos propone el problema inverso: la habitación está cerrada por fuera y el arma homicida también está en el exterior¾, culpables confesos que ocultan otros crímenes más graves...

     Hay quien ha subestimado la novela policiaca aludiendo a su escasa calidad literaria, provocada por la búsqueda de un argumento novedoso e impactante, en menoscabo del estilo. Es cierto que Rodolfo Walsh no es ni Borges ni Chesterton, pero su estilo no desmerece un ápice su obra. Desde luego no estamos ante una obra maestra de la literatura, pero tampoco ante un autor mediocre. Esperemos que Espasa (o quien sea) tenga a bien recuperar el resto de la producción de Rodolfo Walsh. Los amantes de la buena novela policiaca se lo agradecerán... y el resto de lectores también.

Rodolfo Walsh,
Variaciones en rojo,
Espasa Calpe, Madrid, 2002. 238 páginas.

jueves, 2 de abril de 2015

EL ECO DE LAS BODAS: tres cuentos de Luis Mateo Díez



     A pesar de haber recibido dos veces el Premio Nacional de Literatura — por La fuente de la edad (1986) y por La ruina del cielo (2000)—; a pesar de ser miembro de la Real Academia de la Lengua, la obra del leonés Luis Mateo Díez (Villablino, 1942) es minoritaria. Sus escasas apariciones en los medios de comunicación —incluyendo la prensa— sirven para dibujarnos a un autor exclusivamente centrado en su quehacer literario, amante del trabajo y de la silenciosa labor ante el papel. Su primera obra publicada fue un libro de cuentos, Memorial de hierbas, que vio la luz en un ya lejano 1973. Por entonces se divertía con sus amigos y paisanos José María Merino y Juan Antonio Aparicio en inventarse un pseudónimo colectivo y criticar la ligereza y las decadencias de los poetas novísimos. Hasta la década de 1980 no comenzaría su labor como novelista. Y desde entonces su calidad ha ido progresando al margen de las tendencias narrativas que, bajo la vigilante mirada de las editoriales, han ido poblando los estantes y escaparates de las librerías.
      La prueba de que Luis Mateo Díez escribe (¿y vive?) en un mundo ajeno a las modas y tendencias es El eco de las bodas. Los seguidores del narrador hallamos más de lo mismo, y todo excelente: una prosa cuidada y exacta, que alterna con sabiduría la descripción directa y los incisos reflexivos; la recreación de unos personajes (siempre con nombres, cuanto menos, «llamativos») que viven, crecen y fallecen en un universo personal: la comarca de Celama (con las ciudades de Doza, Ordial, Borela, etc.). Aquellos lectores que se atrevan a sumergirse, por primera vez, en este universo literario hallarán, en las primera páginas, una dificultad considerable: no es una lectura fácil ni dinámica, y requiere sosiego y concentración. Si el lector no se rinde muy pronto, hallará un regalo intransferible —como todo placer estético—; si ello no fuera así, si el lector no lograra pasar la criba de las primera páginas, baste decir que no era merecedor de este libro.
     Los ecos de las bodas es un volumen compuesto por tres relatos, cuyo nexo común es el matrimonio o, cuanto menos, la relación de pareja. En el «El eco de las bodas», el primer cuento y el que da título al libro, se recuerda la coincidencia, en los mismos salones, de dos banquetes de diferentes bodas. La novia de una de ellas y el novio de la otra se cruzan durante unos segundos por un pasillo del local. Un hecho fortuito y azaroso que cobrará, a posteri, un cariz de predestinación. Construida mediante breves recuerdos —como los fogonazos de cualquier fotógrafo de cualquier boda— la narración se sumerge en la descripción de los fracasos y las vidas truncadas, irrealizadas, de los protagonistas.
     «El limbo de los amantes», el segundo relato, es la crónica de unos amantes ya maduros. Su relación es fruto del azar (aunque parece leerse que el Destino ha mediado con premeditación) y va a devenir en un cúmulo de sobresaltos y temores. Alcanzarán ese estado pleno, donde se entregarán el uno al otro sin temor a ser descubiertos, para luego separarse y sobrevivir de sus recuerdos.
        El último cuento, a nuestro entender el mejor, es «La viuda feliz», con clara alusión al conocido vals de La viuda alegre. También a ritmo de tres tiempos se mueve el relato. Es la historia de doña Dega Lombay que enviudó tres veces. La descripción de estos matrimonios va a marcar el desarrollo del cuento. Junto a los maridos —todos ellos con alguna tara, con pronunciados desequilibrios—, se pasean por el relato personajes dickernianos como su amiga Paulina y el débil e infeliz Publio. La relación con este último da las claves exactas para comprender el carácter de la protagonista, y para advertir lo sola y perdida que ha estado —a pesar de sus tres matrimonios— desde que de niña salió del orfanato donde creció.

      Como en todas las obras de Luis Mateo Díez, el punto y final de cada relato es únicamente un trampolín que se alza ante un océano de interpretaciones y reflexiones que cada lector deberá surcar según sus fuerzas.

Luis Mateo Díez

El eco de las bodas,

Editorial Alfaguara, 2003. 194 páginas.