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sábado, 31 de enero de 2015

MUÉRETE EN MIS OJOS: novela negra asturiana


       Cada vez estoy más convencido de que el azar gobierna el mundo; de lo contrario esta reseña nunca hubiera visto la luz. ¿Han viajado ustedes en tren últimamente? Yo suelo hacerlo todos los veranos, porque es cuando voy a Madrid. Allí, hace muchos años, en las últimas hora de mi estancia, cayó en mis manos —entré en unos grandes almacenes (cosa que no suelo hacer), me acerqué a las novedades literarias (acción que tampoco es de mis preferidas)— la novela Muérete en mis ojos de Nacho Guirado. Al parecer llevaba paseándose por los escaparates de las librerías desde unos meses antes; pero yo… ni enterarme. Como ya había leído otras obras de este autor asturiano (Oviedo, 1973) y me habían gustado (Antes de las doce y No siempre ganan los buenos) no dudé ni un segundo y me hice con el libro.
        El tren tarda tres horas entre Madrid y mi destino. ¡Me sobró tiempo! Si dijera que devoré el libro mentiría: me lo engullí a palo seco, sin un respiro para tomar un trago de agua, o dar un paseo por los vagones, ni siquiera me molestaron las canciones que tarareaba mi hija mientras pintaba. Desde las primeras páginas me dejé arrastrar a un mundo de crímenes y mentes atormentadas. En Asturias, una ola de asesinatos atemoriza a la población de una tranquila comarca. La inspectora Lina Montalbán (un evidente guiño al creador de Carvalho) deberá atrapar al loco asesino que marca a sus víctimas con números romanos; además deberá bregar con su hijo adolescente, sacar a la luz —por azar— una red de tráfico de drogas que salpica a los propios policías y enfrentarse con el machismo que cubre, como un tupido manto, a las fuerzas de seguridad. Es un thriller, por supuesto; y no pretende ser otra cosa. A la manera de la Cornwell (que no me gusta) o de Connelly (que sí me gusta); aunque escrito en nuestra lengua y con personajes que se llaman Pedro, Juanjo o Luis.
        La novela está narrada en tercera persona, pero diseccionada en dos puntos de vista. Tal como sucedía en la genial Plenilunio de Muñoz Molina y la más reciente No acosen al asesino de Guelbenzu, conocemos al psicópata asesino desde las primeras páginas. Nacho Guirado nos presenta la historia a través del criminal y a través de la inspectora de policía; escrita con una prosa mucho más pulida y directa que la de sus obras anteriores. El azar (¿quién si no?) va a ser el causante de que un padre de familia aparentemente inmaculado se convierta en un asesino sin escrúpulos: la casualidad de una mirada (¿de nuevo Muñoz Molina?) será el detonante de la locura.

           Lamentablemente Nacho Guirado no nos ha vuelto a deleitar con otra aventura de la inspectora Montalbán. Otras obras más ambiciosas y mejores han llegado (No llegaré vivo al viernes y La lista de los catorce), aunque cierto es que desde hace ya demasiados años (desde 2009; si exceptuamos ese bocadito que fue La noche de la princesa, 2012) no vemos su nombre en ninguna portada. Una lástima, porque muñeca no le falta.

Nacho Guirado,

Muérete en mis ojos,

Ediciones B, 2007. 254 páginas.

domingo, 25 de enero de 2015




QUERIDOS AMIGOS:

TENGO EL GUSTO DE INVITAROS A UN NUEVO ACTO ORGANIZADO POR LA

ASOCIACIÓN VALENCIANA DE ESCRITORES Y CRÍTICOS LITERARIOS (CLAVE)


PRESENTAMOS LA NOVELA PUZLE DE SANGRE (ED. AGUA CLARA, 2014), DE

MARIO MARTÍNEZ GOMIS Y JOSÉ PAYÁ BELTRÁN.

EL ACTO TENDRÁ LUGAR EL LUNES PRÓXIMO, 26 DE ENERO, A LAS 19:00 HORAS

EN EL FNAC SAN AGUSTÍN (VALENCIA).

CONTARÁ CON LA PRESENCIA DE MIGUEL CATALÁN (NOVELISTA Y FILÓSOFO)

Y DEL PRESIDENTE DE CLAVE, JUAN LUIS BEDINS.

NO ME FALLÉIS.


sábado, 24 de enero de 2015

EL CADÁVER ARREPENTIDO: a vueltas con Guelbenzu y la juez De Marco


      Guelbenzu vuelve a deleitarnos con un nuevo caso (el tercero) de la juez Mariana de Marco —tras No acosen al asesino (2001) y La muerte viene de lejos (2004)—. Y lo hace con una historia que se inicia algo confusa y demasiado folletinesca para terminar sumergiéndonos en una novela de misterio al estilo clásico, muy inglesa, poblada de elegantes personajes desocupados, de turbios pasados familiares, de fincas aisladas, de muertes naturales que no lo son, de sirvientas chismosas a la manera de Agatha Christie y de una protagonista —la juez De Marco— que parece un doble de Miss Marple, solo que con mejor tipo y mayor gracia (Uno no deja de preguntarse por qué los miembros de nuestra judicatura no tienen la capacidad de reflexión de Mariana: pues a tenor de los recientes acontecimientos resulta evidente que no la poseen).
     El grueso de la novela se desarrolla en apenas un largo fin de semana en el que la atractiva juez Mariana de Marco ha sido invitada a la boda de una amiga que se celebra en una finca vinícola de la provincia de Toledo. El calor estival y los nervios del acontecimiento crean un ambiente de insoportable crispación. A través de unos diálogos detallados y reflexivos, al modo de Dickson Carr o Ellery Queen (lejos de las aburridas o casi indescifrables peroratas de Dorothy L. Sayer, a quien incomprensiblemente Guelbenzu admira), los lectores vamos disfrutando de una historia detectivesca donde nada es lo que parece y donde, tras cada palabra inocente, se oculta un hecho de sangre y un pasado plagado de sombras.
       El cadáver de un hombre desaparecido treinta años antes es hallado casualmente en el lugar donde ha de celebrarse el desposorio de uno de sus nietos. Este sorprendente hallazgo es el inicio de una serie de extrañas muertes que llevaran a nuestra protagonista a convertirse en detective amateur. El relato de los hechos actuales se alterna con el de la historia familiar: una sucesión de nombres, parentescos y relaciones al uso decimonónico y folletinesco. ¿Estos abusos son errores del autor o son una crítica velada a los que pueblan la exitosa La sombra del viento, aparecida en fechas próximas a este Cadáver arrepentido? Puesto que esta novela no es santo de mi devoción, prefiero pensar que Guelbenzu intenta ridiculizarla.
      Si al reseñar la La muerte viene de lejos, me quejaba de que tal vez el autor había agotado ya los personajes y los ambientes, gratamente confieso ahora que El cadáver arrepentido me ha arrojado a la cara la verdad: lejos de repetirse, Guelbenzu se supera por el bien de todos los lectores. Cuando se publicó No acosen al asesino, Rafael Conte, desde las páginas de El País, la calificó como “El descanso del guerrero”. Pues ya van tres descansos (escribí esto en 2007; ahora ascienden a siete): ¡ojalá yo pudiera descansar con tamaña maestría!

J. M. Guelbenzu,

El cadáver arrepentido, 

Ed. Alfagura, 2007. 388 páginas.

sábado, 10 de enero de 2015

LA MUERTE VIENE DE LEJOS: el segundo caso de la juez De Marco


     Tras el enorme éxito de No acosen al asesino, José María Guelbenzu (Madrid, 1944) publicó La muerte viene de lejos: novela que supone una continuación de la anterior y una consecuencia, pero no una superación. El lugar donde se desarrolla el argumento es el mismo: la costa cantábrica y la provincia de Santander; también lo son los personajes principales: la juez Mariana de Marco, la Secretaria Carmen Fernández, el capitán López de la Brigada Especial de la Guardia Civil; el argumento de la obra gira en torno a un supuesto asesinato y un supuesto criminal; de nuevo se echa mano de la clasicidad policiaca: escasos personajes y funcionalmente definidos, lugares cerrados o muy delimitados, argumentos simples...
    En fin, nada de “novela negra”, sino todo lo contrario: acción reposada, diálogos reflexivos, reminiscencias de los clásicos del suspense cinematográfico como La sombra de una duda (Hitchcock, 1942), con su análisis sobre la dualidad del ser humano —una elegante fachada alberga una interioridad pérfida y cruel—; o como Sospecha (1941), también de Hitchcock, con el retrato de un cazadotes en busca de presas; sin olvidar los puntos en contacto con otra novela (y varias películas) ya clásica: El talento de Mr. Ripley (1955) de Patricia Highsmith.
      La propuesta de Guelbenzu es bien sencilla: Carmen, la amiga de la Juez de Marco, pretende reabrir el caso en torno a la muerte de un viejo avaro, al sospechar que fue el sobrino de éste quien realmente lo asesinó. La Juez Mariana de Marco conocerá a Rafael Castro, el sobrino, y entre ellos surgirá una relación que irá más allá de lo meramente profesional. Son pocos los personajes que aparecen, y la mayoría de ellos lo hace en forma de pareja: el rico y atractivo Rafael y Vanessa, su joven prometida; la vehemente Carmen y su silencioso amigo Teodoro; la retraída Mariana y Carmen; de nuevo Mariana, pero esta vez más impulsiva, y el cínico Rafael; el tímido Teodoro y el chismoso Tomás. Con todos ellos el autor desarrolla un argumento lineal, sin bifurcaciones que puedan extraviar al lector. Uno lee la novela y se deja llevar por los diálogos rápidos y evolutivos; salpicados por digresiones que no cansan, por retratos psicológicos de los personajes poco profundos... En fin, Guelbenzu conoce los resortes del género —y también su liviandad—, y los maneja con mano precisa.
        Es cierto que la novela te atrapa desde las primeras páginas; pero también lo es que la calidad de esta es inferior a su predecesora. Quizás Guelbenzu haya agotado sus recursos en el género policial; o tal vez los personajes y su ambiente no den más de sí, Por ahora podemos disfrutar de una novela sencilla, escrita aceptablemente (aunque hay ciertos errores argumentales —por ejemplo en las primeras páginas se dice que Vanessa está embarazada, pero luego no aparece alusión a ello, de hecho el narrador parece haberlo olvidado— y de estilo: comentarios extemporáneos de los personajes, perogrulladas del narrador): su cometido es entretener y lo consigue, que no es poco.
      Como complemento a las investigaciones de los protagonistas a la caza de un supuesto asesino, Guelbenzu muestra unas relaciones sentimentales lógicamente típicas, a tenor del desarrollo de la obra y del recuerdo de muchas novelas similares. Carmen pretende que Rafael —el supuesto asesino— rompa el compromiso con su sobrina Vanessa; pero al intentar llevar a buen puerto esta pretensión ella misma se ve enredada con Teodoro, el antiguo novio de Vanessa, y la Juez Mariana con el propio sospechoso.
     Al final es el azar quien pondrá la solución a todo: situación muy real, por eso el autor intenta amoldarla a la deducción lógica a posteriori. Y aunque no es un final todo lo poéticamente justo que esperamos; justo es reconocer que cerramos la novela con un buen sabor de boca.


J. M. Guelbenzu

La muerte viene de lejos,

 ed. Alfaguara, 2004. 305 páginas.

sábado, 3 de enero de 2015

LAS SEÑORITAS DE CONCARNEAU: un Simenon a vueltas con el remordimiento


    Incluso lo bueno cansa. Así Georges Simenon, buscando quizás un descanso lejos del París de Maigret, emprendió la tarea de elaborar lo que él mismo denominó «novelas duras». Las señoritas de Concarneau, publicada en 1936, supone el fruto de uno de esos momentos de descanso "inter-Maigret". Rescatada por la editorial Tusquets, y dentro del loable propósito de publicar la totalidad de la obra del escritor belga, la novela no tiene desperdicio.
    Como en otras ocasiones (cfr. Los hermanos Rico, El hombre que miraba pasar los trenes) Simenon realiza un retrato magistral de unos personajes superados y vencidos por las circunstancias. La descripción del ambiente define la intención crítica del autor: en una ciudad costera, la familia más poderosa, los Guérec, está regida por la mano férrea de dos solteronas: Françoise, la hermana mayor, y Céline, la menor. Junto a ellas, timorato y pusilánime, el único varón de la casa, el hermano menor y también soltero Jules, se muestra como un ser apocado y sin propia iniciativa; condenado de por vida a obedecer y callar, vencido por el carácter dominador de su hermana Céline; y quizás un poco acomodado a las atenciones que recibe. De la familia ha logrado salir la hermana intermedia, Marthe, casada con el secretario del comisario de policía, Émilie Gloaguen, un ambicioso trepador. He aquí los personajes y el escenario del drama.
       El ambiente es opresivo, regido por la rutina y el horario férreo, inamovible; como si todo hubiera sido ya prefijado incluso antes de nacer ellos: representan los últimos estertores de un modo de vida y de pensamiento heredado de generación en generación. Pero un hecho fortuito vendrá a cambiarlo todo de golpe: el torpe Jules atropella y mata al niño Joseph Papin, dándose luego a la fuga. Comienza entonces una lucha silenciosa: contra la astucia y las miradas de Céline, quien parece excavar en la mente del débil Jules; contra los remordimientos por el hecho de sangre; contra el ambiente que ahora parece más opresor, como si ese breve pero trágico incidente hubiera abierto la caja de las tormentas... o una ventana por la cual penetran aires nuevos de falsa libertad.
         Jules, abrumado por la lástima y la culpa, comienza a relacionarse con la familia del niño muerto: la madre, Marie —soltera y curtida por los tragos amargos de la miseria—; el otro hijo, Edgard, gemelo del finado, arisco e introvertido; Phillipe, el hermano de Marie, un lastre para la familia, pues su atraso mental es una piedra más en el muro de una familia marcada por la mala suerte.
         Lenta e inexorablemente, con la sutileza que lo caracteriza, Simenon va adentrándonos en esos dos hogares tan diferentes: el de los Guérec, pudientes pero oprimidos por su propio poder, por las apariencias; el de los Papin, míseros pero libres, con una ética que a veces raya en la crueldad, pero conscientes de que la vida es un arduo camino repleto de abrojos y vericuetos. En medio, y casi sin rumbo, Simenon nos coloca la figura trágica y casi cómica de Jules, una parodia bufa de Raskólnikov: su lástima ha creado en él la creencia de un amor apasionado hacia Marie, que contrasta con la indiferencia (¿o desprecio?) de ésta.
         No desvelaremos más. Lejos de las novelas protagonizadas por Maigret, Simenon no dará un giro final que revele todo el misterio: porque, a la postre, no hay misterio que revelar... sólo el de la vida y los hombres. Termina uno de leer la novela y advierte que todo ha tenido una lógica tan aplastante como dramática. En la década de 1930, cuando fue pergueñada y escrita, tal vez pasara desapercibida. Hoy es un testimonio evidente del fin de una época y de la gente que la habitó: dispar, enfrentada, irreconciliablemente dividida...humana, demasiado humana.




George Simenon,

Las señoritas de Concarneu,

Tusquets Editores, 169 págs.