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martes, 26 de agosto de 2014

LA FUENTE DE LA EDAD: un clásico del siglo XX


     Cuando realizaba el hoy tantas veces añorado C.O.U., el profesor Ángel Luis Prieto de Paula nos recomendó ¾pues figuraba en el temario¾ comprar y leer La fuente de la edad de Luis Mateo Díez (León, 1942). Corría el año 1987 y la obra, que había visto la luz en octubre del año anterior, había recibido el Premio Nacional de Literatura y el de la Crítica. Recuerdo que su autor no figuraba en las Enciclopedias: por aquel entonces apenas había publicado un par de libros de cuentos y había colaborado ¾con su amigo José Mª Merino¾ en algunas revistas y antologías poéticas de los años 70. Con su ojo crítico y certero, con su vehemencia y su entusiasmo hacia todo lo literario, Prieto de Paula ya la consideró como una obra maestra. Las repetidas reediciones, y la inclusión en la la colección Letras Hispánicas de Cátedra, corroboran la sabia elección de mi profesor. Vuelvo a abrirla y siento que la edad (y la lectura de otras obras) me ayuda a sumergirme todavía más y mejor en las peripecias de los Cofrades; pero también sé ¾y de algún modo me entristezco¾ que nunca podré aprehenderla por completo, por muchas lecturas que realice: es la condición de las obras inmortales.
    Cuesta resumir una obra que destila buen hacer y humorismo en cada página, en cada línea, en el dibujo preciso y genial con el que está descrito cada personaje (y son muchos), cada situación o peripecia. Para aquellos que se aproximan a ella por vez primera solo cabe transmitirles un consejo: la paciencia siempre da su sufro. Y digo esto porque, en una época regida por la prisa y la precipitación, la lectura de una obra tan densa puede llegar a cansar. También la novela elige a sus lectores: cuando las 40 primeras páginas nos hayan agotado, debemos pensar que nosotros no somos dignos de continuar con la lectura, que la sorpresa última y genial nunca nos será concedida. No se trata de una obra aburrida ¾yo soy el primero en huir de ellas¾, pero sí de una obra difícil, de una obra sin desperdicio y sin concesiones. La exigencia es alta; pero el premio final es de los que marcan para siempre.
      Componen la novela 15 capítulos divididos en tres partes que representan el esquema explícito del modelo clásico: la presentación de los personajes ¾un grupo de amigos (los Cofrades) que intentan huir de la monótona vida provinciana de la postguerra¾; la irrupción del conflicto ¾la supuesta existencia de una fuente de aguas virtuosas¾ y la resolución ¾la búsqueda de dicha fuente¾; y por último, el fracaso y la herida del primer intento ¾la fuente¾ se sutura con el éxito de la venganza. He aquí la columna vertebral de la obra, plagada ¾como no podía ser menos¾ por los más quijotescos y variopintos personajes que imaginarse pueda: desde los Cofrades protagonistas ¾marginales y algo bohemios¾ hasta sus rivales ¾representantes del Orden y la sociedad biempensante¾; pasando por el estrafalario Olegario el Lentes, o Celenque el mulo condenado, o Publio Andarraso el loco poeta ripioso, o la vieja Manuela Mirandolina, o el pastor zoófilo Belisario Madruga o la sonámbula Dorina.
    Todos y cada uno de ellos desfilan por la novela dejando su grano de arena que ayudará a configurar el tema: el enfrentamiento, la lucha sin cuartel entre la gris y monótona realidad, la anquilosada vida cotidiana ahogada por el lastre de una sociedad provinciana y retrógrada; contra la fantasía, la imaginación, el amor por la aventura y el humor que proponen los Cofrades como alternativa a una vida que no es tal. Es la lucha eterna entre Realidad y Deseo, entre lo establecido y el afán por dar la vuelta a la tortilla y al pensamiento amojamado. El final deja las puertas abiertas para las múltiples interpretaciones: al éxito y la alegría por la venganza se opone la imagen brutal ¾representada por el último acto de la sonámbula Dorina¾  del vivir diario, de la puta realidad.

     No hay mejores palabras para definir La fuente de la edad que las del propio autor: “Es la historia de unos personajes que viven en la muerte y buscan la vida”.




Luis Mateo Díez,
La fuente de la edad,
Ed. Cátedra.