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viernes, 27 de junio de 2014

LA CAVERNA: Un mundo de sombras


    En este clásico del autor portugués, José Saramago (Premio Nobel de 1998) nos describe su particular visión de la condición humana; nuestro trato con el mundo que nos ha tocado en suerte poblar; nuestras relaciones con las personas condenadas a ser nuestros semejantes. En La caverna el autor recupera uno de los momentos fundacionales de la filosofía occidental: la caverna de Platón (Libro VII de La República). Un grupo de personas crecen y mueren inmersos en una caverna, maniatados y sentados ante una pared por donde desfilan las sombras de objetos y personas. Ese es todo su mundo; nunca han visto la realidad sino su reflejo.
   
  Saramago es un autor serio y consciente de su trabajo. Prueba de ello es el peculiar aspecto (o estilo) de sus novelas: el lector no va a encontrar en ellas ningún signo de exclamación o interrogación; ni un guión que marque los diálogos; ni un paréntesis que suponga un inciso o reflexión; ni unos puntos suspensivos que anticipen una esperanza o un temor. Saramago escribe de corrido: las descripciones se unen a las intervenciones de los personajes; los incisos del narrador omnisciente parecen no respetar las leyes (“no escritas”) de la narración, y lo pueblan todo, dirigiendo nuestros gustos y nuestra mirada. Por todo ello es de suponer que nunca será un autor de best-sellers (que conste que no estoy en contra. Todo el mundo tiene derecho a ganarse la vida como mejor pueda o sepa), una simple hojeada y/u ojeada a sus libros ¾interminables párrafos de letra comprimida; ni la esperanza a la rapidez lectora y la aparente relajación que nos dan los fragmentos de diálogo¾ es suficiente para rechazar la lectura. Porque el lector de Saramago o bien ya lo conoce o bien es un ser con claras tendencias al masoquismo, o quizás es un valiente.
Dicho lo cual debo admitir que no soy ni valiente ni inclinado a ciertos gustos: conozco a Saramago. Y por ello sé que bajo este denso andamiaje se ocultan siempre argumentos sencillos y directos. En La caverna la historia presentada nos es próxima: una alfarería, regentada por Cipriano y su hija Marta, ve como su labor es ya innecesaria para el Centro ¾enorme y caníbal hipermercado¾. A pesar de los intentos por sacar adelante la vieja alfarería, el nuevo mundo representado por el Centro es implacable. Cerrada la pequeña industria manual, Cipriano y Marta acceden a vivir en las instalaciones de su destructor, donde Marcial, el marido de ella, trabaja de guarda de seguridad. La vida, entonces, se convierte en una eterna espera, en una pasividad e inmovilidad donde los seres humanos somos como los personajes platónicos: no pensamos, no tenemos necesidad de salir, de abandonar y romper con todo; la sociedad y el sistema ponen a nuestra disposición las distracciones y, por ende, las ideas , y nosotros únicamente debemos consumir y pensar como el resto; atados ante una pared por donde desfilan las sombras de la realidad. El final de la novela es ¾como ya lo fuera en las anteriores¾ tan abierto como esperanzador.
    El mensaje se muestra transparente: vivimos en un mundo donde cada vez pensamos y reflexionamos menos; donde cada vez obramos con menos libertad; donde cada vez son más los factores que pretenden (y lo consiguen) dirigirnos. Pero, ¿sabemos realmente pensar y obrar libremente? ¿qué significa “libremente”?. El final es tan hermoso como ingenuo. Saramago no se pronuncia sobre el destino sus creaciones: acaso no exista, o acaso no sea lo más importante.

     Sé que Saramago tiene razón; pero debo admitir que yo compré su novela en un centro comercial. Sé que Saramago acierta en sus reflexiones; pero también sé que si yo hubiera escrito una novela de y con estas características, el sistema ¾el mismo que el autor critica¾ no me la hubiera publicado. ¿De qué nos quejamos? ¿Qué criticamos? ¿Somos como el perro que muerde las manos que le dan de comer? ¿Quién o qué nos impide salir de la caverna en que vivimos: nuestra falta de deseos, o los grilletes que nos han impuesto?

José Saramago,
La caverna
Ed. Alfaguara, Madrid, 2000. 454 págs.