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miércoles, 4 de junio de 2014

Poemas para una exposición (y IV)

El triunfo de Galatea (1511), de Rafael

Fresco en la Villa Farnesina.

            Conchas y trompetas a su paso, el Amor
extiende, como su capa, su roja atracción,
y sus ojos —cribados por las nubes—
caen en lluvia sobre el campo
que pronto mostrará
su recogimiento, su represión
tantos siglos contenida.
            Triunfal,
pecaminosamente tentadora conduce su cuádriga
imposible, a través de un bosque de destellos
azules.
            (Venus)
Delfilnes depredadores, desgarrando indefensos invertebrados,
surcan el mar
mientras —avanzando
por entre la voluptuosidad y el desorden—,
la lujuria tantas veces reprendida aflora
hoy, al paso del cortejo:
            venera

(a quien la cienca dotó de aspas como Dios a los ángeles dotó de sexo)
donde al Amor sembró su semen filial y centenario.
Pequeños cupidos certeros dan
la sombra necesaria al regocijo;
y su mirada despierta no está en las saetas
y reposa ya en la meta alcanzada.
            Requiebros de sirenas a centauros asustados;
forcejeo, pretendidamente débil, de doncellas
ante los abrazos de Neptuno bigotudo.
Todo
a la sombra aérea del relincho ensordecedor
de un caballo de caza
de un cuerno
que llama a la imaginación en aquel bosque
por siempre imposible.
            El carcaj ausente es el más tímido:
reposa los amores venideros sobre las nubes.

Las escamas
                                                               hasta       los árboles humanos,
                                               las raíces
                                    desde
                        trepan                                                                
y alcanzan
—en su humedad absorbedora—
las alas palpitantes de trémulos discípulos.