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viernes, 25 de abril de 2014

Friedrich Dürrenmatt: Justicia poética.



      Cuando Orson Welles pronunció aquel célebre y breve discurso sobre los suizos y el reloj de cucú, Friedrich Dürrenmatt todavía era un joven aspirante a escritor; de lo contrario el actor y director estadounidense habría cometido una omisión imperdonable. Por fortuna existen en España ciertas editoriales que —junto a su labor netamente comercial— no olvidan un oasis en sus colecciones para ciertos autores que, tal vez no conocidos por el gran público, merecen el calificativo de clásicos: Dürrenmatt (Suiza, 1921-1990) es uno de ellos. Filósofo y  dramaturgo—de entre cuya producción teatral cabe destacar La visita de la vieja dama (1956) —, Dürrenmatt inició su faceta novelística a partir de 1985, y precisamente con la novela que aquí reseñamos. A ésta siguieron El encargo, Justicia y La sospecha, entre otras, todas ellas publicadas en España por Tusquets Editores, y todas ellas bajo las premisas argumentales de la novela policiaca.
         En la inmensa mayoría de las novelas policiacas suele suceder que la partida (el enigma propuesto) y el camino (las indagaciones) son más atractivos que la meta (la solución final). Por suerte en El juez y su verdugo ambos —planteamiento y desenlace— son igual de atractivos: en el otoño de 1948 el cadáver de un policía de Berna es hallado en su coche. Un disparo en la sien ha terminado con su vida. La investigación del caso es encargada a su superior, el anciano comisario Bärlach, quien muy pronto delega en el agente Tschanz, joven y ambicioso. El autor no cae en la clásica novela iniciática o generacional: Bärlach no se siente nunca agobiado por el ímpetu del joven Tschanz. Nuestras preferencias  —como las de Dürrenmatt— recaen inevitablemente del lado del anciano comisario quien, más preocupado en vencer al cáncer de estómago que continuamente muestra sus fauces, enseña su apatía en la investigación, convencido desde los primeros momentos —como nos sugiere el autor— de la identidad del asesino.
       El lector asiste a la investigación y los interrogatorios, y con el cierre de cada capítulo sus sospechas recaen en un nombre diferente. Todo parece anodino y a la vez importante: una palabra no dicha o pronunciada; un gesto reprimido o realizado; un cigarrillo encendido o apagado; un saludo o una despedida.
Hay momentos realmente magistrales, como la descripción del entierro, junto a otros donde cabe interpretar la autoparodia, como en el interrogatorio a un escritor; pero ninguno de ellos, ni el aparentemente más relajado, defrauda.
        Como no podía ser de otra manera la trama se complica y surge, como en casi toda la obra del autor, la crítica a la inviolabilidad del poder, tanto político como económico. Cuando parece que todo va a concluir con la conocida fórmula de la victoria del poderoso, el casi moribundo comisario Bärlach remata la obra con un acto demiúrgico: la realización de una Justicia tan eficaz como Poética.
        Uno lamenta que ciertas situaciones de la vida no pueda terminar como una novela. Tal vez ahí resida la grandeza de la vida y de la literatura.

 Friedrich Dürrenmatt, El juez y su verdugo.
Tusquets Editores.
169 páginas. 
                                                                                 

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