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jueves, 20 de marzo de 2014

RUIDO









Anteayer, martes, me desvelé. Imagino que la sensación es conocida. Abrimos los ojos, comprobamos que el reflejo verde del despertador marca las tres de la madrugada; cerramos de nuevo los ojos, pero sabemos que ya no volveremos a dormirnos. Un poco más allá, dentro de la tibieza del lecho, nuestra esposa duerme sin percatarse de nada. ¡Y eso es una de las cosas que más nos enfada!

Como ya no iba a volverme a dormir decidí bajar al comedor y leer un poco. A veces la lectura sirve de sedante. Esta vez, no. Ya en el comedor, sentado en el sofá, junto a la luz de la lamparilla, el libro comenzó a absorberme. Lejos de dormirme, la lectura me sirvió de estímulo y de acicate. Me adentré en las líneas paralelas de sus páginas, me dejé llevar por el argumento y por los diálogos vivos de sus personajes, comencé a darme cuenta de que yo era uno con el libro, parte de él, que el autor debía de haber pensado en mí cuando lo imaginó y luego lo escribió, que la celulosa de sus hojas había comenzado a treparme por los brazos, por los hombros…

La intensidad de mi lectura debió molestar al vecino —un auténtico gilipollas, por cierto—, puesto que comenzó a dar puñetazos contra la pared. ¿Le molesta que lea a las tres de la madrugada? ¡Pues que se joda!