portada

portada

domingo, 7 de diciembre de 2014

EN AUSENCIA DE BLANCA: la verdad y la dicha


   "Todo relato tiene un sentido trascendente, tiene su filosofía, y nadie cuenta nada sin otra finalidad que contar”. De esta guisa se expresaba don Miguel de Unamuno al prologar su obra La novela de don Sandalio, jugador de ajedrez. No, que no se sorprenda el lector: es ésta una reseña de una novela (casi) desconocida de Antonio Muñoz Molina (ahora que acaba de publicar su última creación no está de más recordar títulos anteriores); pero sucede que releyendo esta En ausencia de Blanca, me ha venido al recuerdo aquella breve novela de Unamuno. Quizás porque en esencia son similares: breves, pero intensas; aparentemente livianas, pero densas. Ambas versan sobre un mismo tema: ¿llegamos a conocer a nuestros semejantes? ¿son estos como se nos muestran? ¿o acaso no los inventamos, no los adaptamos a la idea que nosotros tenemos de ellos?
     Apenas pasaron nueves meses desde su anterior novela, Sefarad, cuando, como si del fruto de un embarazo se tratase, Muñoz Molina sacó a la luz un nueva creación: En ausencia de Blanca.
    La novela (o novella, por su brevedad) narra la vida en común de dos personalidades totalmente opuestas: Mario López, un funcionario de provincias, un amante de la tranquilidad y la rutina; y Blanca (obsérvese que carece de apellido), una mujer libre y un tanto bohemia, inclinada al snobismo y a la ensoñación. Igual que los polos opuestos se atraen, así Mario y Blanca terminan casándose, compartiendo una vida en común, complementándose el uno al otro. Retomando el uso de las analepsis y las prolepsis (saltos temporales) que tan asiduas eran en las obras anteriores a Ardor guerrero, Muñoz Molina nos va describiendo las vidas de sus personajes antes de conocerse.
    El lector adicto a la obra del autor jiennense ve pasar por las páginas de la novela una caterva de caracteres conocidos: el joven pueblerino llegado a la ciudad; los artistas “progres” y “vivos”, culturetas y pseudo-intelectuales con su labia hipnotizadora y postmoderna, y sus obras escasamente válidas; la vida rutinaria del oficinista; la vida nocturna y bohemia que conduce a la soledad y el vómito. En fin: el mejor y (para algunos) el peor Muñoz Molina. Claro está que todo esto nos llega siempre a través de una prosa proclive a las oraciones largas y sinuosas, que se deslizan por nuestras ojos y penetran en nuestra mente como las aguas de un arroyo que salvase las estreches más angostas y llegara hasta los últimos reductos.

     Mario López ¾como el narrador de la obra de Unamuno¾ prefiere imaginar la vida de Blanca, prefiere imaginársela. Y esa reconstrucción lo lleva a moldearla según sus apetencias, a crearla y recrearla según su conveniencia. Si el personaje unamuniano necesita a don Sandalio; lo mismo le sucede a Mario con respecto a Blanca. Necesitamos a las personas para justificarnos y definirnos a nosotros mismos. No importa tanto amar; lo que realmente importa, lo que plenamente nos ayuda  a sobrevivir es sentirse amado.
      Mario no es un hombre realmente brillante, pero su inteligencia la pone en Blanca. Uno advierte que la relación entre ellos funciona porque él lo da todo y porque ella se deja querer, aceptando cada acto de amor de Mario como si fuera una deuda que debe ser saldada, como una obligación contraída. Y entonces estalla la crisis; que actúa como un baño renovador, aunque en un principio pueda parecer lo contrario. Pasada la crisis, el lector sabe que Mario seguirá siendo feliz (posee el don camaleónico de la costumbre y la garantía de la falta de ambiciones) ¾y sabe también que ahora Blanca no se limitará a dejarse querer, a recibir únicamente; ahora también amará.
     Al concluir la lectura queda la sensación de que más que a una obra cerrada, hemos asistido al inicio de otra gran obra, de una obra no escrita... la vida de Mario y Blanca a partir del punto final.
    Termino la novela y algo queda en el aire, algo que nunca nadie ha dicho mejor que Claudio Rodríguez:                           
                         ¿Por qué quien ama nunca
                     busca verdad, sino que busca dicha?
                     ¿Cómo sin la verdad
                      puede existir la dicha? He aquí todo.

Antonio Muñoz Molina,
En ausencia de Blanca, 
Círculo de Lectores/ Alfaguara, 2001. 119 págs.

1 comentario:

  1. Dices que "necesitamos a las personas para justificarnos y definirnos a nosotros mismos". Es cierto. Los demás son el espejo de nuestros actos, aunque también debemos confiar en nosotros mismos. Anoto la obra de un autor que he leído poco.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar